Toda obra humana sobre la creación, cultivando y cuidando, es una continuación de la obra creadora de Dios.
Con su trabajo, el ser humano hace brotar de las cosas toda su utilidad y belleza. Un tronco que estaba en medio de un bosque pasa a ser una mesa donde una familia se reúne. La lana de una oveja se convierte en un hermoso tejido que abriga.
El trabajo humano es el que realiza este proceso de transformación, y así el hombre y la mujer ejercen sobre el mundo el señorío que Dios les ha confiado. Por eso dice la espiritualidad judía que trabajar es “perfeccionar el mundo” (en hebreo, tikum olam), porque es hacer que surja de las cosas creadas la luz que Dios ha puesto en ellas. Desde esta perspectiva, no hay ningún trabajo, por más pequeño que sea, que no tenga su grandeza. Se trate de un trabajo de producción o de un servicio que se brinda a otro ser humano, siempre es “perfeccionar el mundo” en el sentido que Dios ha querido.
El trabajo de los carpinteros
Desde Nazaret
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