En este día celebramos, de acuerdo a un relato del Evangelio de san Mateo 2, 13-15, que el Rey Herodes mandó matar a los niños de Belén menores de dos años al verse burlado por los magos de Oriente que habían venido para saludar a un recién nacido de estirpe regia.
«El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Levantándose de noche tomó al niño y a la madre y se retiró hacia Egipto, permaneciendo allí hasta la muerte de Herodes».
La huída a Egipto.
Óleo de Jerónimo Ezquerra, en el Museo Carmen Thyssen (Málaga)
A partir del siglo IV, se estableció una fiesta para venerar a estos niños, muertos como “mártires” en sustitución de Jesús. La devoción hizo el resto. En la iconografía se les presenta como niños pequeños y de pecho, con coronas y palmas (alusión a su martirio). La tradición concibe su muerte como “bautismo de sangre” (Rm 6, 3) y preámbulo al “éxodo cristiano”, semejante a la masacre de otros niños hebreos que hubo en Egipto antes de su salida de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios (Ex 3,10; Mt 2,13-15).
En nuestro tiempo continúa la masacre de inocentes. Es un día en el que hacemos presente a todas las víctimas inocentes, a tantos niños que han sido y son víctimas de lo salvajes que podemos llegar a ser los adultos.
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