Los magos tienen un pequeño pero memorable papel en la historia del nacimiento de nuestro Señor. Después de que Jesús nació, unos magos siguieron la estrella de Belén para ofrecerle al pequeño Rey tres regalos, y luego volvieron sin revelar a Herodes dónde habían encontrado a Jesús (Mateo 2).
Y eso es todo. Desaparecieron de la historia. La Escritura ni siquiera nos revela cuántos eran.
Pero donde la historia del Evangelio termina, la Tradición de la Iglesia continúa.
Muchas tradiciones mencionan que en efecto eran tres magos y que sus nombres eran Melchor, Gaspar y Baltazar.
Una tradición dice que ellos vinieron representando a los tres continentes del Viejo Mundo: Europa, Asia y África, respectivamente.
Aparentemente, ellos quedaron muy conmovidos por su encuentro con Jesús e incluso se convirtieron inmediatamente al cristianismo. Otros cuentan que su conversión se dio luego de conocer a los apóstoles cuando los vieron predicar el Evangelio. Ellos tuvieron una fe tan fuerte que con todo gusto aceptaron el martirio. Por eso son considerados santos.
¡Pero ese no es el final de la historia!
Cuando Santa Helena visitó Tierra Santa en el siglo IV, entre las muchas reliquias que recuperó estaban los huesos de los tres magos, los cuales ella llevó hasta la Basílica de Santa Sofía en Constantinopla.
Estos restos fueron luego llevados a Milán, y finalmente a Colonia, Alemania por el emperador romano Frederik I en 1164, donde se encuentran hasta hoy.
Su visita al niño Jesús es recordada cada año en la fiesta de la Epifanía.
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